¡Ay amor!
“El amor es la llama sin humo”.
David Laparra
¡Ay amor! Vivo para cuidarte, así de sencillo, para tenerte presente cada segundo de mi existencia sin pedir nada a cambio de tu imprescindibilidad en este entorno universal desafiante y diametralmente opuesto a tu legado.
Y es que el amor apunta a la conciliación de virtudes, valores, sentimientos mutuos, necesidad biunívoca traducida en bienestar y salud espiritual. Es imposible vivir sin amar, porque él abraza todo el quehacer, las añoranzas, realizaciones y sueños, espanta el odio, el desinterés y la codicia mientras estimula el emprendimiento y el fervor cotidiano. Es que amor somos nosotros mismos, los provocadores del ardor a nuestros corazones sin que esa llama produzca humo y ciegue la transparencia de los sentimientos que lo nutren y vigorizan.
¡Ay amor! Siempre has sido el volcán que aflora, ebulle, ilumina y se transforma. Te entrego a la familia, compañeros y amigos; a la existencia misma de animales y plantas que armonizan la vida y el entorno, limpian de impurezas el ambiente y nos hacen reflexionar y vibrar ante cada paisaje, la belleza de las flores y especies exóticas portadoras de un deslumbre total.
¡Ay amor!, llegaste para quedarte, acompañarnos en el efímero paso por esta vida hermosa, aunque adversa en ocasiones, como es lógico, pero siempre abres el horizonte permitiendo nuevos caminos de plenitud.
Eres sentimiento real y hondo, complejo a tal punto, que algunos no te comprenden y falsifican tu verdadera identidad, pero siempre te salvas porque no puede ser eterno el desamor, la envidia, perfidia o vanidad. La sencillez, modestia, altruismo y devoción se engrandecen ante tanta perversidad y son capaces de hacerlas desvanecer.
El amor es benigno, alegre y a la vez sufrido; no se desvanece, nunca deja de ser, pero todo lo sufre y soporta; sobran razones para que sea versátil, vibrante y renovador, provocador insaciable para que aflore con su luz la mayor realización del ser humano.
Pero el amor llega hasta ella: La Patria. Y nos ase tan fuertemente que cada detalle de su existencia gravita en nuestra sangre y se convierte en lumbre para iluminar los caminos de su florecedora existencia a pleno sol caribeño que la hace diferente y única, como esa flor cultivada por el Principito, que a pesar de existir millones, su amor por ella se sustentaba en el cuidado y atención que él le había entregado.
¡Ay amor! ¡Ay Patria!, sigo entregado para que nunca envilezcan.
Te amaré. Silvio Rodríguez
Por Sergio I. Rivero Carrasco