mayo 23, 2025 ¿Quienes somos?

El insuperable paraguas

Persona protegiéndose de la lluvia al transitar por el Vedado, en La Habana, Cuba, el 30 de agosto de 2016. Foto: Omara García Mederos / ACN

El veloz avance de la tecnología, gracias al impulso de la ciencia, nos sorprende cada día. Cuando se pensaba que ChatGPT era la última palabra en inteligencia artificial, los chinos “le regalaron” a Trump el 20 de enero, día de su toma de posesión, DeepSeek, mil veces más barato y veloz, lo que les acarreó grandes pérdidas financieras a las empresas estadounidenses de IA.

Mi generación, nacida en la década de 1940, fue testigo de la admirable transformación del mundo provocada por la tecnología. En casa de mi abuelo materno conocí el teléfono de manivela. De niño, me subía en un taburete para alcanzar el auricular.  De adolescente, ¿cómo habría podido imaginar, frente al teléfono de disco de mi casa, que un día llevaría en el bolsillo de la camisa un aparato llamado celular que desempeña funciones de teléfono y computadora?

Sí, este es el admirable mundo nuevo, diría Huxley. A pesar de que el capitalismo se ha apropiado de casi todas esas innovaciones y las ha convertido en herramientas para desarrollar el mercado y no para mejorar nuestra humanización como especie inteligente.

No obstante, hay un utensilio, imprescindible para salir cuando llueve, que hasta el día de hoy no ha sufrido una alteración sustancial: el paragua. Resulta incómodo de cargar, no resiste la ventolera, no impide que, de alguna forma, nos mojemos, y con frecuencia, cuando escampa, lo olvidamos en algún rincón.

Su origen es muy antiguo. Documentos de 4 000 años de antigüedad confirman la existencia de dispositivos semejantes al paragua en Egipto, Mesopotamia y China. Versiones rudimentarias se han encontrado en la India, usadas principalmente para protegerse del sol.

Alrededor del siglo XI a. C. los chinos ya usaban paraguas de seda y papel impermeabilizados con barniz. Eran símbolos de estatus, como hoy un reloj Rolex.

En la Grecia antigua y el Imperio Romano las mujeres los usaban para protegerse del sol. De ahí el nombre de sombrilla. El uso masculino se popularizó en Europa en el siglo XVIII gracias a Jonas Hanway, un escritor inglés conocido por sus crónicas de viaje y por oponerse al tráfico de esclavos.

El paragua actual (hasta ahora insuperado), con un mecanismo que permite plegarlo y varillas de acero, fue patentado en 1852 por Samuel Fox, un empresario británico de la rama siderúrgica.

El paragua ha conquistado las pantallas de cine. ¿Quién no recuerda la escena clásica de Gene Kelly en Cantando bajo la lluvia (Singing in the Rain) de 1952? La “lluvia”, en ese caso, eran chorros de agua mezclada con leche para que brillara más. En Los pájaros (1963), de Hitchcock, los extras usan paraguas para intentar protegerse de los ataques de las aves.

En Mary Poppins (1964), Julie Andrews vuela con su paragua mágico. En Blade Runner (1982), la lluviosa y futurista Los Ángeles exhibe paraguas con luces de neón. En Harry Potter y la piedra filosofal (2001), Hagrid usa un paragua rosa como varita mágica disfrazada. En el encantador cortometraje El paragua azul (2013), ese imprescindible protector y una sombrilla roja se enamoran en una ciudad lluviosa. Y en la reciente La La Land (2016), los personajes bailan en un parque con paraguas de colores.

Otro utensilio de la familia del paragua que tampoco ha admitido (hasta ahora) un avance tecnológico es el limpia parabrisa. Puede tratarse del carro más sofisticado, que ahí está, barriendo el parabrisa bajo la lluvia.

El ser humano es muy pretencioso. No logra inventar algo más práctico y eficiente que el paragua y, sin embargo, quiere apropiarse de otros planetas y encontrar el elíxir de la eterna juventud. Y, de ñapa, el de la inmortalidad ¡Dios debe estarse riendo de tanta petulancia!


Tomado de Cubadebate

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