mayo 22, 2025 ¿Quienes somos?

El reparto en Cuba: ¿Innovación cultural o crisis de identidad?

En los barrios de La Habana, el reparto no suena: resuena. Es un latido que vibra en las guaguas abarrotadas, en las colas interminables de las panaderías. Lo describen como un fenómeno musical, pero se ha convertido en un ritual social.

Inicialmente, arraigó en comunidades humildes, como un código cifrado de resistencia. Funcionaba como un símbolo identitario para estos grupos. No obstante, hoy su alcance es más amplio: incluso profesionales de alto nivel —vivan o no en zonas marginadas— no solo lo consumen en fiestas, sino que adoptan rasgos lingüísticos de esta expresión como señas de identidad, adaptándolos según el entorno social en que se desenvuelven.

La batalla cultural: ¿prohibir o entender?

En una entrevista con la musicóloga y directora del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana (CIDMUC), Lea Cárdenas, la especialista explicó que el fenómeno del reparto en Cuba comenzó a moldearse como parte de la música urbana a finales de los años 90 y principios de los 2000, evolucionando directamente de influencias como el reguetón que llegaba desde Centroamérica, especialmente de Puerto Rico y Panamá.

“En sus comienzos, el reguetón cubano se limitaba a imitar los patrones extranjeros, con bases electrónicas simples y letras repetitivas. Artistas pioneros, como Candyman, tomaron este estilo y lo adaptaron a su contexto local, pero era aún una versión bastante básica y poco distinguida del género”.

Con el paso de los años, especialmente a mediados de la década del 2000, el reguetón cubano comenzó a integrarse con elementos de la música tradicional cubana, lo que marcó un punto de inflexión en su evolución. Así surgieron variantes híbridas como el timbatón y el cubatón, que incorporaban la riqueza instrumental y rítmica de géneros como la timba y la salsa. Esta fusión no solo enriqueció la sonoridad del reguetón, sino que lo diferenció del reguetón extranjero al incluir instrumentos como tumbadoras, timbales, metales y bajos acústicos.

Dentro de este panorama, el reparto emergió como una rama específica y original de la música urbana cubana. A partir de composiciones como “Bajanda” de Chocolate MC, se consolidó el estilo único del reparto, caracterizado por una estructura extremadamente polirrítmica que combina la clave típica del reguetón con la clave de la rumba cubana. Además, el reparto adoptó un lenguaje urbano y callejero, con modismos y referencias específicas al contexto social cubano, lo que lo hizo muy popular a nivel local.

Así el reparto evolucionó para incluir una instrumentación más compleja y una mayor integración de elementos de otros géneros cubanos. Dicha evolución lo posicionó como una de las expresiones musicales más distintivas y culturalmente relevantes dentro de la música urbana en Cuba. Su riqueza rítmica y autenticidad lo convierten en un reflejo de la identidad popular, aunque su expansión internacional ha enfrentado desafíos debido a su fuerte arraigo local y sus modismos lingüísticos.

Ritmos y realidades: Una mirada crítica

La musicóloga Xiomara Pedroso Gómez lo advirtió en el artículo “Consumo musical y escucha crítica: Del reparto al universo musical cubano”, publicado en Cubadebate: El reparto normalizó un lenguaje que desafía los cánones morales, pero también los hizo visibles. Las letras —crudas, sexualizadas, a veces violentas— no son solo provocación: son el reflejo de una sociedad donde la lucha diaria está en cada verso.

“¿Cómo criticar que hablen de sexo o dinero si eso es lo que falta en casa?”, cuestiona una madre soltera en Arroyo Naranjo.

“Lo preocupante es que su ascenso y extensión en el gusto y consumo musical, sobre todo entre los segmentos más jóvenes, ha normalizado ese tipo de discurso, al punto que, sin rubor ni recato, se desplazan por las calles, con bocinas que espetan estribillos y coros prosaicos como si de flores se tratara”, explicaba Pedroso Gómez.

En el mismo artículo, uno de los foristas alertaba que la expansión de la música urbana en Cuba responde a múltiples factores interconectados. En primer lugar, su popularización está ligada a dinámicas comerciales que priorizan géneros con alta demanda masiva. El reparto, al reflejar realidades de sectores marginados, encuentra un mercado cautivo en amplios segmentos poblacionales que se identifican con sus códigos y mensajes. Su éxito no es casual: responde a una lógica de consumo donde lo que vende es lo que se promueve.

Si de cifras se trata...

Un esfuerzo colaborativo basado en estudios y análisis previos realizados por dos destacados grupos del Instituto Cubano de Investigación Cultural (ICIC), los cuales se enfocan en el Consumo Cultural y en las Industrias Culturales y Creativas, arrojaron los siguientes datos:

  • Preferencias musicales por edades: Más del 90% de los menores de 18 años prefieren el reguetón, según el estudio nacional de consumo cultural de 2023.
  • No hay diferencias significativas entre jóvenes de áreas urbanas y rurales en la preferencia por el reguetón.
  • Impacto de la música urbana latina en las plataformas digitales: En 2017, las reproducciones en Spotify de música urbana latina crecieron un 119% respecto al 2014.
  • En 2023, artistas como Bad Bunny, Karol G y Anuel AA alcanzaron 8.96 mil millones de visualizaciones en YouTube.
  • Ingresos y ventas del género: En 2019, la música urbana latina representó el 34% de las ventas globales por streaming, equivalentes a 3.026 millones de dólares.
  • Las giras de artistas como Daddy Yankee y Bad Bunny generaron 347 millones de dólares en 2023.
  • Proyección social en redes digitales: Los exponentes del reparto superan ampliamente a artistas de otros géneros en número de seguidores en plataformas como YouTube e Instagram.
  • El storytelling y los retos (challenges) son estrategias clave que viralizan canciones y crean comunidades entre los seguidores.

Instituciones estatales y reparto: ¿hacia dónde van los caminos?

Un segundo aspecto clave es el rol de las instituciones culturales. Paradójicamente, este género -que muchos consideran ajeno a los valores oficiales- ha recibido amplia difusión en medios públicos y programas comunitarios durante tres décadas. Un ejemplo claro son muchos de los videoclips que se proyectan en Los Lucas.

Esta exposición prolongada ha creado generaciones enteras cuyo imaginario musical se ha formado casi exclusivamente con estos ritmos, limitando su acceso y apreciación de otras expresiones artísticas. Esta situación contrasta con el deterioro de teatros y casas de cultura, que languidecen ante la prioridad dada a espectáculos masivos de dudoso valor artístico.

Un género nacido en los márgenes hoy suena en Los Lucas. El reparto, como antes la rumba o el son, fue marginal hasta que el mercado lo hizo rentable.

El problema fundamental radica en la confusión entre cultura y entretenimiento. Cuando las actividades culturales se reducen a mera diversión, desprovistas de contenido formativo, se pierde la esencia educativa del arte. La verdadera cultura debe fomentar principios éticos, pensamiento crítico y crecimiento personal, no solo gratificación inmediata.

El desafío actual está en reconstruir un modelo cultural que combine acceso popular con calidad artística, sin caer ni en el mercantilismo ni en el populismo estético.

No es casual, entonces, que los usuarios compararan el reparto con un síntoma. Sus letras hablan de pobreza, pero también de agency:

“Es la única forma de decir ‘aquí estoy’ sin pedir permiso”, argumenta un rapero de Alamar.

Sin embargo, en plataformas digitales, artistas como El Micha u Osdalgia insisten en marcar diferencias: “No somos reguetón; somos Cuba hecha música”. La batalla, otra vez, es cultural: evitar que el género se convierta en un producto más del show latino.

Por tanto, no se trata de satanizar, sino de contextualizar. El reparto exhuma las heridas de una Cuba que lucha por definirse.

Por su parte, el viceministro de Cultura, Fernando León Jacomino, destacó que la tradición musical cubana tiene una fortaleza inherente que le permite no solo asimilar influencias como el reguetón y el reparto, sino también crecer y fortalecerse gracias a la energía y creatividad de las nuevas generaciones.

Esto no solo enriquece a la música cubana, sino que también la posiciona mejor para su exportación y circulación internacional, contribuyendo a una mayor singularidad y diferenciación de estos géneros.

Asimismo afirmó en cuanto a la integración de diferentes estilos musicales, se han observado experiencias positivas, como en el Festival de Josone, donde se logró una convivencia entre agrupaciones jóvenes de reparto y figuras tradicionales como la Original de Manzanillo, el Jazz, Van Van y otros artistas consagrados.

El reparto, el trap o el reguetón no son el problema en sí mismos; son más bien reflejos de realidades sociales complejas. Su contenido no debe verse como una falta de valores, sino como consecuencia de problemas más profundos: el aumento de la pobreza, la falta de oportunidades y el desgaste emocional que debilita los cimientos éticos de una sociedad.

Las letras de las canciones representan la manifestación de contextos colectivos, que demandan estudios exhaustivos y pluridisciplinarios para esclarecer tanto el entorno actual como los futuros culturales que se construyen para el país.

Al igual que la rumba, el guaguancó, la guaracha y hasta el son —géneros que en sus orígenes fueron marginados y rechazados por las élites, por surgir de los solares y el pueblo humilde—, el reparto sigue hoy ese mismo camino, pero en un contexto complejo y diferente. Esa es la lucha que hoy debemos continuar: reivindicar el reparto con rigor académico y profundidad artística, para que no sea tergiversado ni apropiado por discursos ajenos a sus raíces.

La batalla es cultural, y se gana con conocimiento, no con concesiones.

Lo alertaba otro de los lectores de Cubadebate en un comentario a los artículos publicados del tema: “El ser humano siempre buscará gratificación emocional; pero cuando la segunda guagua o almendrón lo deja a ocho cuadras de la sala Avellaneda del Teatro Nacional, cuando el trap retumba desde las bocinas de la panadería y la bodega del barrio, queda claro que el acceso a la cultura no es igual para todos”.

No se trata de satanizar los géneros urbanos, sino de reconocer que son síntoma de una desigualdad mucho más profunda: la que limita opciones y condiciona los imaginarios.

La verdadera batalla cultural no está en prohibir ritmos, sino en garantizar que el arte elevado no sea privilegio de unos pocos, ni el arte popular sea el único consuelo posible.

El viceministro explicó que la institución tiene el compromiso de trabajar con todo el ecosistema cultural cubano, buscando formas para que todas las expresiones artísticas encuentren un espacio donde puedan contribuir al disfrute y al enriquecimiento espiritual del pueblo. Su función no es excluir a unos y favorecer a otros, sino garantizar un equilibrio. Al mismo tiempo, la institución también tiene un rol de orden público: debe moderar y balancear.


Tomado de Cubadebate

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