abril 26, 2024 ¿Quienes somos?

Ni domador, ni hechicero, un hombre que ama a los tiburones

«El tiburón gira y nada directamente hacia mí. Solo hay mar abierto entre nosotros y ninguna jaula para protegerme. Me mantengo sereno, agarro un pez león que tengo en el cubo y se lo ofrezco.

«Con sus más de 300 dientes atrapa a su presa y se aleja, ese día no volví a nacer, ese día comencé a formar parte de un hermoso proyecto de conservación y protección de los escualos en Cayo Largo del Sur», cuenta emocionado Israel Nordal, un instructor de buceo con 32 años de experiencia.

Nadar con tiburones e incluso alimentarlos es considerado una actividad peligrosa, sin embargo Israel piensa lo contrario, a lo mejor porque su primera interacción con uno, fue a los siete años:

«Mi padre se dedicaba al buceo profesional y me enseñó. En una de nuestras salidas al mar, en el vivero del barco había un tiburón gata pequeño, que lo habían dejado con la línea de pesca en el agua, me pasé la semana jugando con él, dándole comida y al final lo liberé».

Quizás ese día selló un pacto de gratitud con los tiburones, lo que le ha permitido no solo nadar junto a ellos, también abrazarlos y acariciarlos como si fueran una mascota.

«No hay nada mágico, ni sobrenatural, —ríe — lo que te diré podrá parecer algo contradictorio, pero cuando estoy con ellos siento paz, una necesidad de protegerlos, un cariño sin igual».

Ese sentimiento lo impulsó a bautizar a un escualo con el nombre de su hija: «Ese día yo nadaba con una bolsa llena de peces león y siento que me halan, cuando miro, era un tiburón nodriza, conocido como gata, tenía media bolsa en la boca, hasta que la recuperé. Al otro día ocurrió lo mismo, entonces decidí darle de comer, así empezó nuestra relación de “amistad” y la llamé Rachel».

Al escucharlo hablar de esa manera tal parece que desconoce las desafortunadas historias que existen acerca de los tiburones, o a lo mejor solo tiene una visión más equilibrada de ellos: «No son ni el horror que muestran las películas de Spielberg, ni animalitos de compañía. Estamos hablando de especies que han evolucionado muy poco en millones de años, de fascinantes criaturas que solo atacan cuando confunden identidad o se sienten amenazados.

«Un grano de maní y el mosquito Aedes aegypti causan más muertes en el mundo que los ataques de tiburones. Hay que reconocer, también, que bucear entre ellos requiere conocimiento, prudencia y coraje», asegura.

Otra de las razones por las que se propusieron reunir a las poblaciones de escualos—nos cuenta— fue para tratar de cambiar ese miedo, esa manera de pensar que tienen muchas personas con respecto a esta especie. Hace dos años atrás, antes de la Covid-19, lograron tener en cada punto de buceo alrededor de 20.

«Después de tanto tiempo comencé a bucear y he comprobado que no están todos, estoy seguro de que andan en la zona y los volveremos atraer para retomar lo que éramos, un sitio de referencia en el turismo de tiburones en Cuba».

Me mira y dice: «Debo confesarte que mis 32 años de vida laboral han sido aquí. Me hice instructor de buceo, crecí como persona y profesional. No imaginas en estos dos años sin operaciones como extrañé este sitio, y no creo que solo yo, sino todos los que llevamos tiempo trabajando acá. Uno crea un amor incondicional por este lugar increíble».

Mucho camino por delante tienen Israel y sus compañeros de trabajo de la Marina Marlin Cayo Largo del Sur para reinaugurar el show con tiburones: «Pienso que en dos meses estaremos listos para el espectáculo. Quienes han preferido esta actividad extra-hotelera han quedado deslumbrados con nuestra labor, tanto que me han puesto varios sobrenombres: “El amigo de los tiburones”, “El domador de tiburones”, “El hechicero”, pero créame, no soy nada de lo que dicen, solo soy una persona que ama y respeta a los tiburones».


Texto: Esmeralda Cardoso.

Fotos y video: Cortesía del entrevistado.

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