septiembre 9, 2024 ¿Quienes somos?

El Pino se resistió a fenecer

Fue el marqués de La Cañada, don Juan de Tirry y Lacy, el primero en describir, al menos de forma oficial, la naturaleza pinera: su flora, geografía, la fauna que la habitaba y muchos otros aspectos de por entonces una isla salvaje y sin control político efectivo. Sin embargo, un siglo atrás, el pirata y naturalista inglés William Dampier, ya se había referido, largo y tendido, al mismo tema.

Ambos coincidieron en que el nombre Isla de Pinos, con el que se le conocía entonces, no era gratuito, sino lógico, por la abundante presencia de esas coníferas, especialmente al norte de la ciénaga de Lanier

Si bien la profusión de pinares en tan bajas latitudes intrigo por mucho tiempo a geógrafos y botánicos, las autoridades coloniales decidieron, entretanto, considerar los bosques de pinos de manera más práctica.

El primer intento fue utilizar los esbeltos pinos que crecían por aquí como mástiles para sus barcos, pero el escaso grosor de sus troncos limitó su funcionalidad a embarcaciones menores. Aún así, el interés por beneficiarse de la abundancia de pinos no disminuyó y en un primer acercamiento a la industrialización, comenzó a extraerse su resina para la obtención de trementina, alquitrán y barnices, sobre todo cuando a España le resultaba difícil hacerse con tales productos en otra parte.

Pero los altos gravámenes a pagar por su comercialización y los costos de su transportación asfixiaron desde el principio la comercialización de esos recursos de la floresta pinera, por lo que solo la madera del pino encontró durante décadas un mercado seguro.

Bajo el hacha inclemente cayeron  cientos de hectáreas de pinares tanto para la comercialización de su madera como para destrozar los terrenos necesarios para la cría extensiva de ganado. No obstante, el pino se resistió a desaparecer, y en su lucha silente por la vida, se adaptó y prosperó en suelos arenosos, sobre esquisto y perdigones, resistiendo incendios y huracanes. Tanta resiliencia le valió el sitio de honor en el escudo pinero, creado hacer casi un siglo.

Hoy, la Isla de la Juventud ocupa el cuarto lugar en el país por su índice de boscosidad, cercana al 64 por ciento del territorio, y dónde el pino acapara el 40 por ciento de los árboles.

En las Sierras de Caballos y de Las Casa, el mármol presente en sus entrañas no permite el crecimiento del pino, mientras que la Sierra de Caladas, con su suelo de esquisto, exhibe, orgullosa, su verde cresta de pinos.

Nuevos pinares se siembran en el municipio especial como parte de la restauración de su flora endémica para que resuelvan los inmensos pinares que siglos atrás, maravillaron por igual a naturalistas y aventureros.


Por Linet Gordillo Guillama

Fotos de Dayana Local y una de la red

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