Mi nombre está en el futuro
Vitico modela los golpes como un artesano y los lanza en trayectoria infalible a la anatomía del rival; entonces el espectador lo ve en el futuro, asediado por fanáticos deseosos de besar, por admiración, los guantes que por imposición ya besan sus adversarios

GUANTÁNAMO.–Esa tarde, la pelea número 26 de Vitico –hasta entonces invicto– debía librarla ante dos rivales al mismo tiempo, encrucijada que solo él conocía. No lo dijo, quizá por temor a que su esquina le impidiera discutir el oro; si ese fue su motivo, es señal de que sangre y puños de monarca les sobran.
«Mañana voy por el título», me había dicho el día antes al pie del ring, tras una demostración que hizo soñar a los «Nostradamus» de El Guaso; «va a ser un fuera de serie», vaticinó algún «adivinador».
Vitico modela los golpes como un artesano y los lanza en trayectoria infalible a la anatomía del rival; entonces el espectador lo ve en el futuro, asediado por fanáticos deseosos de besar, por admiración, los guantes que por imposición ya besan sus adversarios, cuando «el zurdito» les «apaga la luz» sin dilapidar energía.
«Todo es cuestión de disciplina y de entrenar duro, de estudiar bien al rival, no confiarse, y hacer lo que el profe indique», dijo, antes de que Heriberto García, su entrenador en la guantanamera eide Rafael Freyre, lo definiera como «un talentazo muy disciplinado» que «siempre entrena con ganas; sobre el ring nunca pierde el control; tiene fibra, condiciones innatas, va a llegar lejos». Lo dijo tras el combate que le dio a su pupilo el derecho a discutir la medalla de oro.
Su siguiente pelea fue un solo de fintas, desplazamientos, esquivas y contraataques. Su coreografía convirtió la sala polivalente Rafael Castiello en un manicomio, y al adversario en un desespero. El ataque rival iba a parar al vacío, y el atacante, descolocado, «uno, dos, tres» golpes recibía, coreados desde las gradas como por una sinfónica; «repítele el regalito», pedían.
«¡Asíííí, Viti!», nerviosa, desde un palco, animó Bianca Saily, la novia; «¡Eeeeh!», exclamó Yesenia, la madre, con los tíos Gonzalo y Yordanis sumados al coro, y Lester Yordan, el primo de solo dos años, lanzando golpes al aire como si él discutiera el título de los 42 kg del boxeo en la lx edición de los Juegos Escolares Nacionales.
En el ring, el adversario se envalentona, los ojos de Vitico entran en «alerta temprana», las piernas en oficio de bailarín, las manos en reacción «hipersónica». Hay un sismo de entusiasmo en el graderío.
Aunque Vitico dice que su ídolo es Arlen López, a mí me recuerda a Candelario Duvergel, el astro de la riposta, y a Adolfo Horta, el hombre del boxeo total.
Finaliza el combate; una pausa breve, y el árbitro le levanta la mano al otro; Vitico no lo cree, pero abraza al contendiente y le dice algo, saluda al respetable, llora. Al bajar, más abrazos –del entrenador y de los amigos del barrio–. La novia lo anima, la mamá lo besa, y… «¡pero este niño está ardiendo en fiebre!».
Entonces supe del otro rival del muchacho esa tarde, y recordé la anterior, cuando a la pregunta «¿cómo te llamas?», Víctor Jesús Sánchez Céspedes (Vitico), contestó sonriente: «mi nombre está en el futuro». ¿Sería una premonición?
Tomado de granma.cu