septiembre 10, 2025 ¿Quienes somos?

Realidades invisibles

Pintura de Servando Cabrera Moreno / 1975

“Nunca vi maravilla tan grande
como la mujer cubana”.
José Martí

En el corazón de una sociedad que envejece aceleradamente, la mujer cubana enfrenta una travesía silenciosa, pero profunda, signada por el tránsito desde la jubilación hacia una posible reincorporación laboral, manifiesta por la fatiga acumulada de los años y una creciente soledad psicosocial.
Según la Ley 105 de Seguridad Social, las mujeres cubanas pueden jubilarse a los 60 años, tras haber prestado al menos 30 años de servicio. Sin embargo, muchas optan por reincorporarse al trabajo, motivadas por la necesidad económica y el deseo de mantenerse activas. Los decretos leyes 36 y 39 permiten que las jubiladas retornen a sus antiguos puestos, percibiendo tanto salario como pensión.
Esta medida, aunque beneficiosa en términos financieros, plantea interrogantes sobre el desgaste físico y emocional que implica volver a un entorno laboral exigente tras décadas de servicio.
El envejecimiento en Cuba representa uno de los principales desafíos demográficos con implicaciones directas en la economía, la salud pública y la estructura familiar. Para muchas mujeres, la reincorporación laboral no solo implica lidiar con dolencias físicas, sino también con la presión de mantenerse productivas en un entorno que no siempre reconoce sus limitaciones.
La fatiga acumulada no se mide únicamente en años de trabajo, sino en la carga emocional de haber sido pilares familiares, cuidadoras, y en muchos casos, sostén económico de generaciones.
La soledad psicosocial se ha convertido en una sombra persistente para muchas mujeres mayores. A pesar de los avances en políticas de protección social, aún falta un reconocimiento explícito de los arreglos comunitarios y familiares que podrían mitigar este aislamiento.
La mujer cubana, históricamente resiliente y protagonista de transformaciones sociales, enfrenta hoy un nuevo reto: encontrar espacios de pertenencia y afecto en una etapa donde el ruido de la vida cotidiana comienza a desvanecerse.
En este contexto de soledad, surgen dinámicas que afectan la comunicación efectiva. La incomunicación no siempre se debe a la falta de palabras, sino a la ausencia de escucha genuina, empatía y tiempo compartido. Muchas mujeres mayores sienten que sus voces se diluyen en una sociedad que privilegia lo joven y lo inmediato.
Además, la creación de estados de opinión sobre otras personas, a menudo sin fundamentos sólidos, puede convertirse en una forma de llenar vacíos emocionales, proyectando frustraciones o inseguridades. En algunos casos, incluso, se observan comportamientos que buscan llamar la atención de manera inapropiada, como una respuesta desesperada a la invisibilidad social.
Estos patrones no deben ser juzgados con dureza, sino comprendidos como síntomas de una necesidad profunda de conexión, reconocimiento y afecto. La solución no está en el silencio, sino en el diálogo intergeneracional, en la construcción de redes afectivas y en el respeto a la dignidad de cada etapa de la vida.
La jubilación no debería ser el final de la historia, sino el comienzo de una etapa digna, acompañada y valorada, como la vio Martí.


Texto: Ana Verdecia
Foto: Pintura de Servando Cabrera Moreno/1975

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