Rafael Trejo, el símbolo estudiantil desde 1930

El año 1930 fue muy significativo en la situación revolucionaria que se venía gestando en Cuba. El gobierno de Gerardo Machado, que había intentado implementar una política para superar la crisis del sistema puesta de manifiesto desde la década del veinte —lo que incluyó una fuerte represión— ya entraba en una etapa muy conflictiva, donde su reelección y la crisis económica mundial de 1929 contribuían a agudizar su deterioro. Entonces, grupos de las clases populares y organizaciones que habían surgido, como la Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC) y el Partido Comunista, habían incorporado a amplios sectores en pronunciamientos que adquirían carácter político, con líderes con capacidad movilizativa como Rubén Martínez Villena.
A pesar de la represión reinante, el 20 de marzo de 1930 se produjo una huelga general de 24 horas con demandas sociales, pero que asumía carácter político. Al culminar la huelga, Villena expresó, según narró Raúl Roa: “tengo que decirlo. Esta es la respuesta que debía la clase obrera a Machado por el asesinato de Mella”, en referencia al asesinato del líder cubano en 1929 en México. Sin duda, era un hecho de alto significado, que fue seguido por las movilizaciones del Primero de mayo, donde hubo nuevas víctimas, pero el país mostraba un importante nivel de beligerancia. En ese contexto los estudiantes universitarios también se pondrían a la vanguardia de la lucha.
El movimiento estudiantil había enfrentado a Machado desde antes, con el Directorio Estudiantil Universitario Contra la Prórroga de Poderes de 1927, pero fueron sometidos a represión dentro de la propia Universidad de La Habana, con expulsiones y otras medidas; pero ya había pasado a fortalecer las direcciones de sus asociaciones en las facultades. En esa coyuntura, se produjo el llamamiento del prestigioso profesor Enrique José Varona a la juventud a luchar contra Machado, lo que tuvo fuerte repercusión en la Universidad de La Habana. La primera gran acción entonces fue la “tángana” del 30 de septiembre de ese año.
El motivo inmediato de la movilización fue la posposición del inicio del curso escolar, cuya fecha oficial era el 1º de octubre, pero se cambió para después de que se realizaran las elecciones parciales en el país. Entonces los estudiantes decidieron realizar un pronunciamiento, mediante un manifiesto, contra la resolución del Rector de esa posposición y contra los crímenes, latrocinios y desafueros del gobierno que se leería en una asamblea a celebrar en el Patio de los Laureles (donde radica actualmente la Facultad de Matemática y Computación). También se incluía la creación del Directorio Estudiantil Universitario, una manifestación a casa de Varona y el planteamiento de la renuncia de Machado.
Ante la evidente represión que se organizó por el gobierno, hubo cambio de programa: se reunieron en el parque “Eloy Alfaro” (Infanta y 27), y al toque de clarín los jóvenes desplegaron la bandera cubana para marchar hacia el Palacio Presidencial y demandar la renuncia de Machado. Cuando iban a la esquina de Infanta y San Lázaro fueron atacados por la policía. El saldo fue de dos heridos graves de bala: Rafael Trejo, vicepresidente de la Asociación de Estudiantes de Derecho, y el dirigente obrero Isidro Figueroa; también hubo un herido de un golpe en la cabeza: Pablo de la Torriente Brau, y varios detenidos.
Pablo de la Torriente narró aquel acontecimiento con el título “La última sonrisa de Trejo”, publicado en Ahora el 30 de septiembre de 1934. Entonces Pablo dijo: “recuerdo con más intensidad que ninguno, la última sonrisa de Rafael Trejo como algo que fue a la par grato y doloroso, inefable y triste.” De acuerdo con esta narración, “La loma de la Universidad amaneció manchada de azul. Eran patrullas de la policía. Para muchos fue una sorpresa. Se había pensado que podríamos entrar al Patio de los Laureles para asistir al mitin y de él partir para la calle, a casa de Varona… Pero la loma amaneció manchada de azul (o sea de policías)”. Entonces se anunció el movimiento hacia el parque Eloy Alfaro. Según Pablo:
“Empezaron a repartirse los manifiestos; la policía comenzó a hacer algunos registros: se bajaban de los caballos (las «perseguidoras» de entonces) y se ponían a buscar revólveres: esto precipitó el choque, pues nos pareció a muchos ominoso el que nos registraran, y nos pusimos a negarnos; el clarín del «mambí» que llevó Alpízar, sonó entonces y la bandera cubana fue desplegada; los gritos sonaron con el ímpetu del que ha guardado mucho tiempo silencio; los estudiantes se arremolinaron, convergieron en un punto y los «¡Muera Machado!» fueron como una coral desenfrenada y avanzante. Vi a Sergio Velázquez encaramarse en un carrito para hablar desde lo alto; vi a Sanjurjo engañar a un policía temeroso, con un rollo de periódicos; vi cómo caía al suelo y se levantaba rabioso el sargento Peláez; dos piedras pequeñas que tenía en las manos para dar más duro tuve que lanzárselas, casi a boca de jarro a un vigilante que hizo una mueca; vi cómo golpeaban el hombro de Alberto Saumell; oí a unos pasos el estampido de un disparo y me desplomé contra el suelo… Cuando me levantaron Gerardo Fernández y Armando Guevara, la sangre me tapaba la vista y pensé que me habían dado un balazo. En la máquina de Pepe Fresneda, dando gritos de protesta me llevaron varios para Emergencias. Al mismo tiempo que a mí, bajaban de otra máquina a Rafael Trejo, fláccido, desfallecido. Recuerdo que sólo entonces fue que pensé que aquel disparo que había oído podía ser para otro.”
Ya en el hospital, Pablo recordaba que:
“Después de efectuada la primera cura, juntos nos llevaron para la Sala de Urgencia y allí nos colocaron en camas contiguas, aisladas del resto por unos paravanes. Me entraron unas náuseas angustiosas y en convulsiones violentas comencé a vomitar toda la sangre que había tragado. De este momento es que tengo el recuerdo más distinto de todos los de aquel día. Rafael Trejo, tranquilo sobre su cama, me sonrió con afecto como dándome ánimos para pasar ese momento doloroso. Los ojos se me nublaron y cuando volví en mí ya se lo habían llevado para operarlo: le había visto por última vez, con una sonrisa animadora en el rostro, pensando acaso, por mi impresionante estado, que yo estaba mucho peor que él. Estoy seguro que fue este pensamiento doloroso el que me hizo captar con tanta fuerza para el recuerdo, aquel momento de la sonrisa de Trejo. Yo había oído la opinión del médico: «Este puede salvarse, pero a ese otro muchacho sí que no hay quien lo salve.»
Después:
“El insomnio provocado por la conmoción del choque y del tumulto me tenía en estado febril y en una irritación violentísima. Cuando el héroe del 30 de septiembre entró en coma, me dieron a tomar unos calmantes y me dormí profundamente. A la mañana el gran silencio del Hospital me reveló la verdad y sólo pregunté: «¿A qué hora murió?». Se había despedido de mí con una sonrisa animadora, él, que se iba a morir. Por eso aquel recuerdo es tan claro, tan patético e inolvidable para mí.”
Los hechos del 30 de septiembre de 1930 tuvieron un gran impacto nacional. Para las capas medias urbanas ese fue un gran golpe: Machado había atacado a los estudiantes, había caído un mártir estudiantil en combate con la policía, que atacó con porras y balas a quienes tenían como únicas armas “las bofetadas de Pepelín Leyva y de Pablo de la Torriente Brau”, al decir de Roa. Era ya una guerra no solo con la clase obrera, con los sectores humildes de la sociedad, se había golpeado más arriba, lo que sumó nuevos sectores a la lucha, aunque desde diversas posiciones y objetivos.
Aquel hecho llevó también a una movilización femenina: la primera guardia de honor a Trejo fue rendida por mujeres, y también fueron mujeres las que cargaron el féretro en el cementerio. Entre esas féminas estaban las muchachas del Directorio Femenino Universitario, la Unión Laborista de Mujeres y de otras organizaciones, entre ellas estaba la nieta de Máximo Gómez: Candita Gómez. También fueron mujeres las que organizaron el Comité Pro Trejo para rendir homenaje al mártir estudiantil y estas marcharon al campamento de Columbia para denunciar los desafueros de la policía.
El impacto de aquella muerte en la sociedad fue muy fuerte. El sector de mayor potencialidad combativa de las capas medias —los estudiantes— se incorporaba a la lucha, lo que repercutió en toda la sociedad. La lucha se generalizó en el país a partir de ese momento. Las fuerzas obreras y estudiantiles marcaron el paso en un combate en el que se fueron incorporando otros sectores, aunque con distintos niveles de participación y diversas tendencias, pero coincidían en eliminar a Machado.
Rafael Trejo, el joven Felo que recién había cumplido 20 años, que desde 1927 estudiaba Derecho en la Universidad de La Habana, de raíz martiana que se había incorporado a las luchas estudiantiles desde su ingreso a la Colina, se convirtió en un símbolo de la lucha revolucionaria, en un símbolo de los estudiantes universitarios cubanos.
Tomado de Cubadebate