Celia, en las mismas entrañas del pueblo
“Yo sé de una madre bella
que de parto en Media Luna
le parió a la patria una
niña y más que niña, estrella”.
Juan M. Reyes Alcolea
Ha pasado más de una centuria y su luz se mantiene viva como aquel primer amanecer que la niña-estrella por primera vez resplandeció. Fue el nueve de mayo de 1920, y pese a los múltiples obstáculos, riesgos y heroicidades, su estirpe femenina, maternal y de absoluta lealtad a la justicia y al amor, no han cesado de irradiar la centellante luz del bien y la bondad en cada alborada de Revolución. Es Celia de los desamparados es luz centuriana de amparo, la que en medio de tantas adversidades nos hace crecer creativamente, la que nos convoca a la tolerancia, comprensión, solidaridad y el amor por la familia; es la que nos da lecciones de humanismo al proteger a los más desvalidos y asegurarles el mayor grado de bienestar posible enalteciendo la vida de los cubanos en cada barrio a los que se les acerca la protección, el bienestar y la consideración.
Resulta increíble que esa sencilla mujer albergue tantas luces, inimaginable para muchos de cómo su menudo cuerpo era capaz de guardar ilimitadas virtudes y una inagotable capacidad para irradiarlas, siempre con la sonrisa a flor de piel y el corazón glorificado por la justicia tras su paso por la vida.
Es Celia esa gran mujer que a la orden de Fidel emprendió grandes misiones y una vez cumplido su cometido en la clandestinidad, donde en incontables ocasiones arriesgó su vida con los seudónimos de Norma, Carmen, Liliana y Caridad, fue la primera mujer en vestir de verde olivo para integrar el Ejército Rebelde, y convertirse en la mano derecha del máximo líder de la Revolución, condición que le acompañó hasta el último aliento de vida, convirtiendo a Fidel y la tropa de la Sierra y el llano en su más entrañable familia, y los más importantes seres en su vida.
En una ocasión Armando Hart aseveró que “Celia era y será siempre para todos sus compañeros, la fibra más íntima y querida de la Revolución Cubana; la más entrañable de nuestras hermanas. La más autóctona flor de la Revolución”. Mientras que Raúl, con su verbo siempre cariñoso y certero le expresó: “Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar Madrina Oficial del Destacamento”.
Fidel, su más cercano y admirado paradigma, para completar de alguna manera el cúmulo de virtudes, la sencillez y justa estirpe de la cubana con arraigo natural a su procedencia poblana diría de ella: “Celia fue la primera en establecer el contacto entre nosotros y el Movimiento, la primera en hacernos llegar los primeros recursos, el primer dinero que nos llegó a la Sierra y que hacía mucha falta (…) Celia no olvida a nadie, antes y después de la guerra, nunca olvidó a nadie, pero no le gustaba hablar de ella misma”.
La obra de Celia Sánchez Manduley, la estrella que ilumina con su humanismo cada alborada de la Revolución, es una insustituible inspiración para la lealtad y energía de hacer Cuba, para ser fieles seguidores de Fidel y la generación que nos trajo hasta aquí, nos conmina a multiplicarnos como empedernidos continuadores de esta obra, que a pesar de los años, los obstáculos y las agresiones, siempre nos convoca a beber de su sabia, de encontrarla en cada momento de duda, flaqueza o ferviente emoción.
Como bien nos aquilató la prestigiosa periodista cubana Nancy Robinson Calvet…
“…Si quieres hallarla una vez para besar su frente,
no la busques allí donde la luz es tenue,
donde el espacio es tan mudo y breve.
Allí no… búscala en la continua marcha,
en la lucha, en la abnegación, en el denuedo,
donde aparezca el alba y aquí,
en el corazón del pueblo”.
Ahí siempre encontrarás a Celia sonriente, en cada alborada sumergida en las mismas entrañas del pueblo.
Por: Sergio I. Rivero Carrasco
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