Isla de la Juventud: Mitos y realidades.
Las “Picolinas”.
Durante demasiado tiempo ha permanecido en la memoria colectiva de la sociedad pinera una idea negativa de un grupo de jóvenes muchachas que desempeñaron un activo rol en la vida económica de nuestro municipio desde finales de la década de 1960. Jóvenes que entregaron todo su esfuerzo y sacrificio a construir la Isla que hoy heredamos.
Estudiantes han venido a mí con el tema para realizar un trabajo de investigación, pero siempre traen una idea muy crítica hacia estas jóvenes, por aquello que les han relatado y se continua reproduciendo la misma historia.
Inspirado en esto y el acercamiento de algunas picolinas ya veteranas que me han pedido la reivindicación de su memoria, escribo este articulo para esclarecer ciertas cosas, pues en la vida nada es blanco y negro, siempre existen los matices.
Las reconocidas como las picolinas, han sido marcadas como lo peor de la sociedad pinera de entonces y consideradas prostitutas, “problemáticas”, destructoras de familias y cuantos calificativos degradantes se les pueda ocurrir, pues existe la tendencia humana de generalizar muchas veces hechos protagonizado por algunas pocas personas y marcar al grupo a que pertenece, en detrimento de la mayoría.
No niego que pudo haber algunas jóvenes que tuvieran actitudes calificadas por los demás como libertinas y que esto generara situaciones desagradables porque en toda comunidad humana ocurre, pero de ahí a meter a todas en el mismo saco va un gran trecho y hay que darle su verdadero lugar a estas jóvenes que vinieron de diversos lugares de Cuba para brindar todo sus esfuerzos por el desarrollo de esta Isla.
Después del paso por Isla de Pinos del ciclón Alma en 1966, el Movimiento Juvenil cubano se vuelca a la Isla para recuperarla. Dentro de este movimiento aparece como leyenda el trabajo de un contingente de jóvenes que se ganaron el mote de las Picolinos o picolinas como las llamaban popularmente. Eran jóvenes maravillosas, siempre alegres, incluso durante la jornada laboral, por difícil que esta fuera.
La historia comenzó cuando se crea la Columna Juvenil del Centenario en 1968, a la cual se integraron la mayoría de los jóvenes que laboraban de forma voluntaria. Entre ellos se encontraban 400 mujeres que se habían vinculado al trabajo agrícola.
De ellas 102 para que se preparan durante dos meses como operadoras de tractores de marca Picolino de procedencia italiana. Y las llevaron a un nuevo campamento, ubicado en las cercanías de cortina de la presa Vietnam Heroico. El curso comenzó en diciembre de 1968 y enseguida comenzaron a verse los tractores amarillos, que no eran muchos, por los campos de cítricos. Desde entonces aquellas mujeres y el campamento se ganaron el nombre de ese equipo, durante años hasta el día de hoy.
En realidad la agrupación se llamaba Batallón Rojo Femenino de Maquinaria de la Columna Juvenil del Centenario. Las muchachas pasaron curso de tractores MTZ y de los conocidos Bolgar, los cuales sustituyeron a los italianos que empezaron a disminuir hasta no quedar uno solo.
El batallón lo constituían 268 mujeres, 28 como cuadros de mando y 6 maestros de Educación Obrera Campesina. Su estructura era totalmente militar: un batallón, 3 compañías y un pelotón de juveniles.
La preparación que recibían estaba organizada en pequeños cursos de 2 meses de teoría y práctica, en las que aprendían a conducirlos y darles mantenimiento.
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En el campamento existía una casa moderna que había pertenecido a un extranjero residente en la Isla. Este local fue utilizado cono Jefatura, círculo social y peluquería. Practicaban deportes, como tenis de mesa, ajedrez y voleibol. Además tenían grupos de danza y otras manifestaciones artí sticas.
Dagnia Serrano Pérez una veterana picolina, hoy jubilada me cuenta “(…) tenía 15 años cuando al llamado de la Juventud integré la Brigada Juvenil del Trabajo Socialista para ayudar a reconstruir a la Isla. Me ubicaron en la Escuela Americana y luego a las más jovencitas nos trasladaron para el Escuadrón de Presidio; de allí nos mandaron a recoger café en San Lorenzo, Oriente hasta que recibí un telegrama para apoyar la Columna Juvenil del Centenario en la Isla. Al regresar nos ubicaron en el campamento de Argelia Libre, donde sembramos cítricos y pasamos una escuela militar de cadetes durante casi un año. Ingresamos al curso para operadoras de tractores marca Picolino; formábamos una compañía y las demás pertenecían a la Agricultura. Recibimos clases básicas y cómo trabajar en los equipos”.
Los tractores Picolinos tenían tres aditamentos: una chapeadora, una segadora y un rotomotor para preparar la tierra que se sembraría y las muchachas trabajaban en casi todos los terrenos de la Isla: en el Samurai, Presidio Modelo, El Abra entre otros, comenzando a trabajar a las 5 de la tarde hasta las 5 de la mañana cuando regresaban, se bañaban, desayunaban, dormían un rato, almorzaban y se iban para la escuela; rutina que se repetía días tras días.
Continua Dagnia, “Las agricultoras, las del envasadero, las de Libertad y de otros lugares no eran picolinas, pero afirmaban que los eran. En una ocasión ocurrió un hecho desagradable donde varias mujeres violaron a un hombre y decían que eran picolinas, la historia corrió entre los pineros que repetían lo mismo”.
Este hecho y otros que me relató fueron generando un estado de opinión desfavorable para este joven grupo de muchachas, y aunque admite que pudo haber casos puntuales entre ellas, cualquier asunto nocivo donde estaba implicada una mujer que trabajaba en el contingente agrícola les era atribuido a las jóvenes que operaban los diminutos tractores; relato que ha durado hasta nuestros días.
Yo he tenido como vecinas a algunas de aquellas mujeres que conformaron este grupo y puedo asegurar que todas eran y son personas dignas, que se casaron, tuvieron hijos y formaron un hogar íntegro.
Las Picolinos para mal o para bien quedaron en la memoria de quienes vivieron aquellos tiempos y hemos tratado con este trabajo de esclarecer un poco el papel que jugaron y poner en la balanza los hechos, pues esto continua siendo un reclamo de muchos sus descendientes y de las que aún viven.
Apuntaba el Apóstol José Martí, que el sol tenía manchas, pero más que destacar sus manchas lo que había que apreciar era su luz.
Nota curiosa.
En la Isla existe un lugar todavía conocido con el nombre de Rocky Ford, que según una revista Isle of Pines Post de 1931 era llamado entonces Paso de Piedra o Rocky Ford Ranch en donde residía Robert Sanborn, un publicista jubilado procedente de los Estados Unidos. Esta casa ubicada al sudoeste de Santa Bárbara, hoy poblado de la Demajagua, fue edificada sobre los bancos de un pequeño río, tenía sus puertas y ventanas protegidas con herrajes metálicos, estaba rodeada de una exuberante arboleda y poseía una piscina y una pequeña hidroeléctrica.
Por: Lic. Guillermo F. Maquintoche Vázquez.
Fotos: archivo personal.