julio 1, 2025 ¿Quienes somos?

La Batalla de La Siguanea

Corría el año 1596 y el primer dueño de la Isla de Pinos, Don Jerónimo de Rojas, que por aquel entonces se encontraba en la Isla La Española, envíó aviso a su pariente Hernán Manrique de Rojas, por entonces en Bayamo, que la flota del temido corsario Francis Drake navegaba hacia el Sur de la Isla, y en aguas del mar Caribe tuvo lugar en la Ensenada de Siguanea.Ni corto ni perezoso, el tal Manrique organizó una expedición de fragatas armadas que coincidió por estos piélagos con la flota de Bernardino de Avellaneda, puestos de acuerdo para darle un escarmiento al bandido inglés.Hernán iría por el norte y Avellaneda por el sur. Ya para entonces los corsarios eran comandados por Thomas Baskerville, no menos sanguinario que su patrón, muerto de fiebres por el camino.El propósito era hacerle una encerrona al lugarteniente de Drake, pero éste fue lo bastante hábil para burlar la estratégica tenaza que le habían tendido sus perseguidores y eludir una derrota decisiva. Obligado a refugiarse en la Siguanea, el problema era salir de esa Ensenada con una decena de navíos esperándolo en mar abierto para darle caza.Pero la suerte estuvo del lado de los forajidos y a fuerza de cañonazos la flota corsaria se abrió paso y logró salir de la trampa mortal. Eso sí: a un alto precio de hombres y barcos, tanto de una parte como de la otra.Testigos silentes de la sangrienta batalla son los cañones y restos de embarcaciones que por más de cuatro siglos reposan en el fondo de la entrada de la Siguanea y que, como testigos mudos de una época de violencia y de codicia, son hoy piezas de un museo sumergido.


Texto: Linet Gordillo Guillama

Foto: Tomada de la Red

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