Transición socialista: ¿Por dónde vamos?

Por: Marxlenin Pérez Valdés
Hay una discusión medio real, medio ahistórica, que se traduce en términos de “¿por dónde vamos?” en materia de sistema económico-político y que no ha dejado de estar presente a lo largo de la Revolución cubana. Una especie de preocupación “natural” que no ha perdido vigencia y que no ha dejado de chocar con la imagen del mundo cotidiana del contemporáneo, toda vez que la teoría del dónde se ha distanciado de la práctica sobre el cómo.
En muchos casos esta disputa de sentidos se ha expresado como un debate entre (algunos) intelectuales, académicos y políticos de antaño que al no haber sido definitivamente resuelta desde una Economía Política del Comunismo (propia) no ha dejado de arrojar sombras sobre el problema de la transición socialista en Cuba. Aunque, para ser justa, también ha emitido luces. Ante esta ausencia sería interesante -y hasta imprescindible para la praxis socialista de hoy- sistematizar la historia de esas polémicas acerca de cómo se comprendió y nombró cada estadio de la Revolución según “transitaba”, en aras de contrastarlo con la actualidad del caso.
Como siempre insistió mi profesor (por excelencia) de marxismo, y antes de él lo hizo el marxismo clásico -y antes de ellos Heráclito-, todo cambia y se transforma, nada permanece lo que era. Las sociedades nunca se detienen, incluso si nos lo propusiéramos. Significa esto que ya sea para un lado o para el otro, hacia el norte o hacia el sur, seguimos transitando.
Pero el tema aquí parecería complejizarse si en medio de este devenir histórico-social no nos volvimos conscientes sobre cuál debería ser la determinación esencial de ese movimiento y su motor, lo cual pasa por un detalle nominal no menor.
“Socialismo como transición” y “construcción del socialismo” no son la misma cosa. A la vista sutil, pero en lo profundo crucial, la interpretación que de uno u otro se tenga ha marcado en la historia del problema el punto de posicionamiento teórico desde donde empezar a abordar la cuestión e intentar resolverla.
No es lo mismo entender y proyectar que el socialismo, en tanto transición, es la construcción de algo más: el comunismo; a pensar e intentar construir el socialismo -lo que para algunos vendría siendo “construir la construcción”- para hacer de él un modo de producción autónomo e independiente.
Más que juego de palabras, la cuestión ha marcado la diferencia entre una concepción dialéctica y otra etapista. Una que -junto a Marx, Engels y Lenin- entendió que el socialismo no es la meta en sí, sino que tiene que ser apropiado desde su direccionalidad hacia el comunismo; a diferencia de otra que, con Stalin a la vanguardia, lo percibió como formación económico social independiente de la anterior (capitalista) y que, por tanto, solo una vez terminada de “construirse” es que dará paso a la siguiente (comunista).
Para los que entienden al socialismo como modo de producción independiente -es decir, ni capitalismo ni comunismo sino algo en sí mismo distinto de estos dos que hay que “construir” de forma autónoma- resulta escandaloso que hablemos en términos de socialismo cubano. Es por eso que la pregunta de “¿por dónde vamos?” tendría desenlaces dramáticamente diferentes de acuerdo a una u otra posición.
Lejos de encerrar la cuestión en una discusión vanamente académica, de lo que se trata aquí es de llamar la atención sobre un asunto muchas veces relegado, pero que debería servir como brújula dentro de este torbellino: la dictadura del proletariado. La palabrita se las trae: dictadura, y en ello también descansa la importancia de no disociarla de otra acaso “más linda”: proletariado. Juntas contienen una carga semántica y marxista muy específica que no debemos olvidar.
Es suficiente la bibliografía -activa y pasiva- dedicada a abordar estas cuestiones, obras que en su momento representaron el cierre de una polémica que se creyó superada acerca del socialismo como la transición. Estar de acuerdo con la afirmación anterior significa comprender y aceptar que el desarrollo del socialismo es el desarrollo de la dictadura del proletariado y viceversa. O sea, no solo asimilar la coexistencia de diferentes clases sociales en pugna, sino sobre todo saber que en el socialismo esas luchas deben ser resueltas desde la hegemonía (de la dictadura) del proletariado. En otras palabras, que se impongan los intereses de la mayoría por encima de la minoría; sin olvidar aquello que el propio Marx señaló en 1852: lograr que esa dictadura del proletariado produzca el tránsito hacia una sociedad sin clases y, por ende, sin explotación, sin enajenación.
De manera tal que la pregunta recurrente y legítima en la historia de la Revolución de “¿por dónde vamos?”, para ser críticamente respondida, debería ser leída a través del prisma de un concepto que es clave en el marxismo revolucionario: la dictadura del proletariado. O, lo que es igual, el periodo de transición al comunismo. Asumir la dictadura del proletariado implica tomar partido y darle la espalda a una interpretación mecanicista, bien asentada todavía hoy, que analiza el movimiento social como una serie lineal de pasos ininterrumpidos y desconectados. Un tipo de teoría a la que le fue más fácil obviar la idea marxiana de que el socialismo es una sociedad comunista que no descansa aún sobre sus propias bases y que pasó por alto ese pensamiento leniniano que concibió al socialismo como dos mundos en el seno de uno mismo; dos épocas en una sola.
Una lectura contraria a esta mirada positivista sobre la historia del marxismo y de las sociedades nos lleva a una comprensión mucho más dinámica y real sobre el estado de cosas actuales en Cuba y sus condiciones de posibilidad. Debemos entendernos objetivamente en todas nuestras contradicciones: pasos hacia adelante y hacia atrás, errores y aciertos. Una vez en este punto ya no vale tanto preguntarnos por dónde vamos transitando, si no hacia dónde queremos -y podemos- ir.
(Tomado de Cubadebate)