Una ceiba con historia
La ceiba crece envuelta en un halo de misterio allí donde arraiga. Sagrada para todas las culturas que se han desarrollado a través de los tiempos en su hábitat, ese gigante de nuestros bosques cuya majestuosa presencia sobresale en la floresta, ha sido venerado desde el África ecuatorial hasta Mesoamérica.
Según la fe Yoruba, fue bendecido por Shangó, dios del trueno, y es por eso que las letales descargas que destruyen árboles durante las tormentas, lo respetan.
En la cosmovisión maya sus ramas principales señalan los cuatro puntos cardinales y el delgado límite entre la vida terrenal y el inframundo.
Pero más allá de mitos y leyendas, en la Isla crece, más bien se enseñorea, una ceiba octogenaria en un sitio muy especial. Me refiero a la que abre sus ramas cual brazos efusivos a quienes visitan la finca museo El Abra.
No crece allí por casualidad, sino que ella misma es un homenaje vivo al más universal de los cubanos: José Martí.
Justo el 18 de diciembre de 1945, cuando se cumplían 75 años de que un adolescente Martí abandonará el hogar de la familia Sardá - Valdés, luego de que le fuera conmutada la pena de trabajo forzado por la de destierro en la metrópoli y de haber saneado heridas profundas del cuerpo y del alma, recibió allí el tributo de recordación de un grupo de buenos cubanos.
Descendientes de emigrados cubanos residentes en los Estados Unidos y junto a quienes Martí organizó la que él llamó Guerra Necesaria en los años finales del siglo XIX, plantaron en tan simbólica fecha un testimonio de amor y respeto para el mártir de Dos Ríos.
La ceiba magnífica que preside la entrada al más conocido de los museos pineros es el símbolo de un homenaje eterno a ese hijo de Cuba que, aún casi niño, decidió echar su suerte con los pobres de la tierra.
Por Linet Gordillo Guillama
Fotos tomadas de la Red